Llegamos a Sapa a las seis de la mañana y fuera del autobús nos esperaba una decena de mujeres vestidas con sus trajes tradicionales que nos gritaban a través de las ventanas. Ellas y la copiosa lluvia que caía, que no pararía en los próximos dos días, hacían que tuviéramos pocas ganas de bajar del autobús. Lo que estas mujeres querían era convencernos (a nosotros y a todos los demás turistas en el autobús) de hacer con ellas una caminata hasta sus pueblos en el valle donde podríamos pasar la noche en sus casas. Si a algo viene la gente a Sapa es a hacer excursiones por sus hermosos valles.
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